
Nos levantamos muy temprano y tomamos el vuelo que nos llevaría a este paraíso, fuimos recibidos con estas vistas que te van dejando sin aliento y empiezas a sentir una emoción de lo todo lo que te espera.

No hay bienvenida más auténtica que la de las niñas pemonas recibiéndote en su hogar, compartiendo sus raíces y costumbres en la cultura Pemón Kamarakoto y nos fuimos en Curiara a la posada Waca wena que sería nuestra casa esos días.

Wana wena es una posada ubicada en la Isla Anatoly justo en medio del Rio Carrao y la Laguna de Canaima, el campamento ecológico más exclusivo dentro de la región, debe su nombre al Salto hacha caída del agua que tiene en frente, una combinación de modernidad y confort, manteniendo y respetando la naturaleza y sobre todo una atención única que la hacen sentir tan especial.

¿Cómo describir lo indescriptible? Despertar con el rugido del agua de la cascada El Hacha, abrir los ojos en un lugar donde los sueños y la realidad se confunden, tomar ese primer café de la mañana mientras contemplas una vista que ninguna fotografía podría capturar… solo puedes cerrar los ojos y agradecer el privilegio de existir en ese instante preciso

Después de un desayuno que sabe distinto cuando lo acompaña la grandeza, sobrevolamos Canaima. El río Carrao nos guio como una serpiente ancestral que conoce todos los secretos de la selva. Paredes de montañas nos escoltaban en nuestro viaje hacia el mítico Salto Ángel. Aunque las nubes jugaban al escondite, contemplar de cerca sus 979 metros de caída libre, la cascada más alta del mundo, te recuerda tu propia fragilidad frente a la inmensidad de la naturaleza.


Continuamos el vuelo hacia los Tepuyes, esas fortalezas de piedra de cima plana que han resistido la erosión durante milenios. Sus colores rojizos nunca podrían haber sido imaginados. Tan antiguos son que algunos científicos los llaman «islas en el tiempo», santuarios que albergan especies que no existen en ningún otro rincón del planeta. Canaima esconde bellezas que desafían la imaginación humana.

Los días siguientes transcurrieron entre caminatas y travesías en curiara, adentrándonos en sus senderos y cascadas como el Salto El Sapo y El Hacha. Sentir esa fuerza del agua que te cubre dejándote casi sin aliento es recordar que la naturaleza no es un espectáculo sino una experiencia que se vive con todo el cuerpo.

Así terminó nuestra aventura en la majestuosa Canaima, uno de esos destinos que te conectan con tu ser más profundo y con la naturaleza en su expresión más pura. Un lugar que hay que vivir al menos una vez en la vida.

La mejor compañía, hemos visto lo invisible, sentido la brisa y escuchado el silencio que habla el lenguaje de la eternidad. Un paraíso en la Tierra y una historia que vivirá para siempre en nosotros.